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Quien no corrige a su hijo, no lo quiere.
Muchas veces cuando los padres disciplinamos a nuestros niños, ellos luego nos dicen llorando que no los queremos más. ¡Y nosotros como padres nos sentimos mal!.
¿Te ha pasado esto alguna vez? La Biblia es bien clara al respecto y en este día nos dice que si detenemos el castigo significa que aborrecemos a nuestros hijos. Es bueno aclarar que la palabra “castigo” no se refiere a torturar ni dañar física y mentalmente a nuestros hijos. Esa no es la clase de disciplina que enseña la Biblia. El mismo pasaje nos da la respuesta al mencionar la palabra “corrige”. Castigar por castigar no trae ningún resultado positivo, en cambio el castigo o disciplina que se da para corregir es productivo. Esa debe ser la intención inicial y final de un padre que disciplina a sus hijos. Si tú has sido violento con ellos, pegándoles para desatar sus propios nervios, es necesario que hagas un alto y decidas no seguir en esa línea de violencia familiar. Busca al Señor y arrepiéntete, por dar violencia a tus hijos en vez de sabia corrección. Luego, habla con tus hijos y pídeles perdón por haberte excedido en tu función de padre. Esta acción parece humillante, y en parte sí lo es, pero servirá para que tus hijos vean en tí: a) A un verdadero hijo de Dios que está dispuesto a corregir lo malo que está haciendo y b) A un padre que quiere darles la mejor disciplina. ¡No dejes para mañana lo que puede empezar a hacer hoy! CONFESIÓN DE FE: RENUNCIO A TODO ACTO DE VIOLENCIA CONTRA MIS HIJOS, Y LOS CORRIJO SABIAMENTE CON LA AYUDA DEL SEÑOR
Oración: Cuando salga del trabajo Señor, iré a hablar con mis hijos para pedirles que me perdonen por mi mala actitud. Perdóname Señor en este momento. Renuncio a toda forma de violencia contra mis hijos. Ayúdame a disciplinarlos, pero conforme a lo que enseña tu preciosa Palabra. En el nombre de Cristo. ¡Amén! Reflexiones – Perdido y Hallado
Hace mucho tiempo una viuda criaba con mucha dificultad a su numerosa familia y enseñaba a cada uno de sus hijos el respeto hacia Dios y los hombres. Se entristeció mucho cuando su hijo Pedro se dejó llevar por malas compañías y decidió viajar al extranjero. Cuando el joven estuvo a punto de partir, su madre le suplicó que llevase un Nuevo Testamento en el que ella había escrito su nombre y su dirección. Y le dijo: –Si me amas, lee la Palabra de Dios. Él nunca rechaza a quien acude a él. Después de varios años sin tener noticias, finalmente se enteró de que el barco en el que su hijo se había embarcado había naufragado. Entonces el dolor y la esperanza en Dios se mezclaron en su corazón. Mucho tiempo después un marinero llamó a su puerta. Se le abrió la puerta y en el curso de la conversación evocó un episodio de su vida en el mar: «Cuando naufragamos sobre una isla uno de mis compañeros murió después de ocho días. A menudo él leía un pequeño libro que su madre le había dado. Era su consuelo; él oraba y hablaba únicamente del libro de su madre. Al fin me lo dio, diciendo: –Tómalo y léelo. En él encontrarás al Salvador, como yo lo hallé. Él te dará la paz.
–¿Usted tiene ese libro?, preguntó la madre. El hombre lo sacó del bolsillo y se lo mostró. ¡Qué emoción! Sí, era su nombre y su propia letra. Era el Nuevo Testamento que había regalado a su hijo Pedro. Una voz, como venida del cielo, le dijo: –Tu hijo vive para siempre.
La palabra del Señor permanece para siempre.
Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan. Esta expresión alude a que toda decisión o palabra importante debe estar escrita para recordarla o autentificar su fuente, como garantía en cierto modo.
Este libro es la Biblia, llamada “las Escrituras” o “la Palabra de Dios”. Siempre está de actualidad y aún responde a las necesidades de cada ser humano. Es una Palabra “viva y eficaz, y más cortante que toda espada…” (Hebreos 4:12). Muchas profecías de este libro ya se cumplieron. Otras están por cumplirse, por ejemplo: “Vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Juan 5:28-29). Para obtener esa vida eterna, es decir, estar en el paraíso con Jesús, es necesario creer el mensaje que Dios nos transmitió en Su Palabra.
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