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Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, El Señor no me habría escuchado. Salmo 66:18

 

Siguiendo con esta serie sobre la vida de oración, hoy trataremos acerca de lo que frena, detiene, nuestra vida de oración.

Hay veces que apartamos el tiempo para estar a solas con el Señor, nos ponemos en nuestras rodillas para buscar su rostro y de golpe todo se oscurece… viene sobre nosotros una voz acusadora que nos recuerda los pecados cometidos, y llegamos a la errónea conclusión que “en ese estado no podemos orar”, y dejamos de orar.

La solución a esto no es detener mi oración, sino en encausar mi oración como Dios lo quiere.

Debemos tener siempre presente que lo primero que debemos hacer al empezar a orar es confesar nuestros pecados y limpiarnos de toda iniquidad.

Como seres terrenales, estamos afectados a una serie de cosas que originan en nuestro ser impurezas, pecados, iniquidades, que nos separan de Dios. La clave no es continuar llevando la carga pesada del pecado, sino entregársela al Señor por medio de la confesión específica y reclamando que su preciosa sangre nos limpie de todo pecado y maldad.

La próxima vez que vaya a orar no se olvide que lo primero debe estar primero. Usted sabe de lo que estoy hablando… de liberarse y limpiarse de toda maldad, pecado e iniquidad. Cuando lo haga con fe, verá los cielos abiertos y normalizados su comunión con el Señor.

Oración: Gracias Señor Jesús, porque en Ti puedo hallar verdadera liberación de mis iniquidades. Gracias por tu preciosa sangre que me limpia de toda maldad y me abre el camino para hablar contigo con libertad.

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El Muchacho y la yegua

Lectura: Colosenses 3:12-17
… fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad. —Colosenses 1:11

Cuando tenía alrededor de cinco años, mi padre decidió que me hacía falta tener un caballo para que lo cuidara. Entonces, compró una vieja yegua zaina, la llevó a casa y me la regaló. La llamé Dixie.

Dixie era una bestia inmensa para mi edad y estatura. Las monturas eran demasiado grandes y los estribos demasiado largos para mis piernas, así que, la mayor parte del tiempo, montaba a pelo.

Como Dixie era gorda, mis pies sobresalían hacia los costados, lo cual hacía que fuera difícil mantenerme sentado. Pero cada vez que me caía, Dixie simplemente se detenía, me miraba y esperaba mientras yo trataba de volver a subirme a su lomo. Esto me lleva a destacar el rasgo más importante de mi yegua: Era maravillosamente paciente.

Por el contrario, yo no era nada paciente con ella. No obstante, Dixie soportaba estoicamente mis caprichos infantiles y nunca se vengaba. ¡Cómo me gustaría parecerme un poco más a mi yegua y tener esa paciencia que pasa por alto una multitud de ofensas! Tengo que preguntarme: ¿Cómo reacciono cuando otros me agravian? ¿Respondo con humildad, mansedumbre y paciencia? (Colosenses 3:12) ¿O lo hago con intolerancia e indignación?

Pasar por alto una ofensa, perdonar 70 veces 7, soportar la debilidad y los fracasos humanos, mostrar misericordia y bondad a los que nos exasperan, controlar nuestro temperamento… en esto consiste la obra de Dios.

—DHR

El amor que se genera en el Calvario soporta y es paciente, se entrega y perdona. ______________________________________________________________________________________
 El amor de Dios

 

Ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios,
que es en Cristo Jesús Señor nuestro.
Romanos 8:39.

Si guardareis mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor.
Juan 15:9-10.

Mi vida no tiene nada de excepcional. Sin embargo, quisiera compartirles mi experiencia más conmovedora. Quizás usted piensa en un acontecimiento sorprendente, pero no es el caso. Para mí esta experiencia consiste en la progresiva conciencia del amor de Dios por mí. Aunque creyente desde hace mucho tiempo, sólo en estos últimos años este pensamiento del amor de Dios por mí me llena de una felicidad y una emoción cada vez más nuevas.

¡Qué sorpresa cuando yo, débil criatura, más escéptica que creyente, descubrí que era amada profundamente por Dios mismo, con un amor fiel, tierno y fuerte, siempre activo en el momento oportuno! Esto es lo que ahora constituye la fuerza de mi vida. Al ser consciente de este amor por mí, llego a la convicción de que nunca más estaré solo. Aun cuando todo esté oscuro, si soy incomprendido y rechazado, soy amado por aquel que está por encima de todo.

Pero, me dirá usted, ¿cómo tuvo esta maravillosa experiencia? La lectura sencilla y atenta de la Palabra de Dios, en particular de los evangelios, me hizo descubrir el amor de Dios por medio de la vida de Jesús. ¿Y qué decir de su sacrificio redentor? El punto culminante del amor divino se halla en la cruz, cuando Jesús dio su vida por mí. “El Hijo de Dios… me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). Recibir esto sencillamente por la fe aporta verdaderamente una felicidad pura, alentadora y maravillosa.


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